No me seas garbanzo!!! A comer legumbres!

Buenos y nublados días,

Después de estos últimos días de sol en los que la primavera pareció asomarse tímidamente y nos alegramos con el gazpacho de fresones, volvemos a hacer hueco en los armarios de la cocina para continuar con nuestro fondo de despensa.

Hoy les tocaría el turno de los cereales y las legumbres, base de gran parte de los platos de la dieta mediterránea y de la cocina española, pero como sé que al finar me voy a liar y no os quiero aburrir, me voy a centrar más en las legumbres y próximamente le dedicaré una entrada como se merece a los cereales

Repartidos por toda nuestra geografía encontramos guisos típicos de las diferentes comunidades en los que las legumbres son el ingrediente estrella del plato, como la fabada asturiana, el cocido madrileño, el maragato y el montañés, el puchero andaluz, la escudella catalana, el pote gallego…y si pasamos de las legumbres a los cereales, y nos desplazamos al levante español, nos topamos con nuestra paella valenciana, los arroces en caldero murcianos o los guisos con trigo de Almería, vamos, qué menudo festín calórico nos acabamos de meter para el cuerpo en un momento, ¿no?.

En realidad lo que los hace más calóricos es el acompañamiento que les pongamos: que si el tocino y el chorizo, que si la morcilla, una butifarra aquí o un poco de panceta allá; pero deberíamos tener en cuenta que las proteínas que aportan las legumbres por si solas, son fundamentales para llevar una dieta equilibrada y que además si las acompañamos de verduras y un cereal, es un plato redondo, nutricionalmente hablando. El plato único perfecto.

Unas judías pintas con arroz, unas lentejas estofadas con verduras y también con arroz, qué sabias nuestras madres y abuelas. Y que necesario volver a esa cocina. Por salud y por economía.

El único “pero” que le podríamos poner es que llevan su tiempo cocinarlas y que la mayor parte de ellas necesitan un tiempo previo para estar a remojo -bueno, para eso tenemos también las legumbres ya cocidas, en conserva, de las que ya hablamos en el post dedicado a las conservas-, por lo que quizá, debido a que hoy en día no todo el mundo tiene tiempo para cocinar al chup chup, podemos dejar las elaboraciones que necesiten más tiempo y dedicación para el fin de semana y recurrir a las recetas más fáciles y la bendita olla a presión el resto de los días.

Como norma general, podemos dejar las legumbres a remojo toda la noche en agua que las cubra completamente y en un recipiente grande, porque según van rehidratándose, se van hinchando.

Se dejan en agua templada si son garbanzos y fría si son judías, lo mismo para cuando las vayamos a cocinar. De hecho ya sabréis que a las judías se las “asusta” unas dos o tres veces con agua fría para cortar la cocción.

Las lentejas, según la variedad, necesitarán algún tiempo previo de rehidratación, pero la verdad es que la variedad pardina, la más pequeña y fina de todas, no necesita estar a remojo, yo las lavo un poco en el colador y a la cazuela.

Como en general lo que utilizamos son sus frutas ya secas, son perfectas para el fondo de despensa, eso sí, tienen un periodo de caducidad, normalmente duran de un año para otro, no os confiéis. Únicamente deben guardarse en un recipiente cerrado y alejadas de la luz directa.

¿Variedades?

Si empiezo a enumerarlas, no acabo nunca este post, pero en cada región encontramos auténticas joyas, como las verdinas asturianas, perfectas para cocinarlas con marisco y pescado, las alubias de tolosa, las pochas, el garbanzo pedrosillano, el judión de la granja o las del Barco de Ávila, las lentejas pardinas o las tipo Le Puy francesas, las naranjas dhal sin apenas pellejo y perfectas para pasarlas tipo puré -con un poco de curry están de muerte-, los frijoles, la soja…vaaale, stop.

Una última recomendación: Os animo a que probéis diferentes tipos de legumbres y las combinéis como mejor os parezca, con verduras, carnes y pescados, merece la pena experimentar un poco, de verdad. ¡Si es que van con todo!

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