Seguimos abriendo nuestros armarios al fondo de despensa y hoy, hacemos hueco a la pasta, básicamente a la seca, ya le haremos hueco a la fresca en la nevera o, si somos muy apañados, podemos hacer pasta casera, que no es tan difícil como creemos.
Sin entrar en polémicas de si tiene su origen en Asia o en Europa, no se puede negar que será Italia la que le ha dado fama universal.
Vamos a encontrar en este ingrediente básico un gran aliado para nuestros platos principales. Es nutritiva y muy versátil. Podremos tomarla en platos fríos o calientes, le va bien cualquier ingrediente: verdura, carne, pescado, en ensalada o en sopa.
Hasta en su preparación más básica, con un poco de aceite, sal y queso rallado nos sabe bien. Y no olvidemos que es un ingrediente muy económico y de fácil preparación.
Cuando hablamos de pasta seca, solemos referirnos a la de origen italiano, de composición simple (harina de grano duro y agua) y se nos vienen rápidamente a la cabeza sus casi infinitas formas acompañadas a su vez sus casi infinitas salsas, pero hoy en día encontramos pastas a las que se les ha añadido huevo, puré de verduras (espinaca o tomate) o si nos ponemos un poco más gourmet, setas, tinta de calamar, trufa…
También encontramos pasta de harina de maíz, quinoa o arroz (estas últimas perfectas para personas con intolerancia al gluten).
Y por supuesto, no olvidemos la pasta de harina integral, con más fibra y mayor cantidad de vitaminas y minerales, de la que suelo tener algún paquete en casa. Acompañada de salsa de tomate y queso, los niños la devoran y no ponen ninguna pega.
De la misma manera, podemos tener también un par de paquetes de pasta de origen asiático, también con formas, composición y grosores muy variados, perfectas para salteados en wok.
La forma de la pasta va relacionada con el tipo de acompañamiento y salsa utilizada. Normalmente las alargadas como espaguetis o tallarines son perfectas para salsas más ligeras y las tubulares y cortas tipo macarrón, absorben mucho mejor las salsas más espesas, así como las más cortas y pequeñas, tipo fideos, couscous o letras, van mejor para las sopas. Pero una servidora no ha venido a sentar cátedra, así que no me cansaré de animaros a probar variedades y a combinarlas como más nos apetezca.
Dependiendo del grosor de la pasta respetaremos su tiempo de cocción, normalmente indicado en el envase. Debe quedar al dente, con cuerpo en su interior. Pienso que en España se nos ha ido un poco la mano con la cocción. Esos macarrones con chorizo que nos hacían nuestras abuelas estaban más que pasados, pero nos sabían a gloria bendita. Así que aquí haremos un poco la vista gorda y ya tenemos la excepción que confirma la regla, para el resto, al dente siempre.
La cocción de la pasta no entraña ningún misterio, olla grande, seamos generosos con el agua para que al cocer la pasta elegida tenga espacio de sobra. Le podemos añadir (no es estrictamente necesario) un poco de aceite.
La pasta se añade cuando el agua comience a hervir, al igual que la sal, no antes. Removemos un poco para evitar que se pegue.
Una vez que esté cocida, escurrimos la pasta lo justo y ya está lista para servir. O bien en ese momento emplatamos y añadimos la salsa o bien se mezcla todo directamente en la cazuela de la salsa.
Será la salsa la que espere a la pasta y no lo contrario. Aunque si, como suele ocurrir, vamos justitos de tiempo, podemos guardar la pasta una vez cocida con un poco de aceite y en el momento de utilizarla basta con ponerla en un colador sobre una olla con agua hirviendo y en un momento estará perfecta o, bueeeno, vale, un golpe de micro.
La pasta es perfecta para personas con un gasto de energía considerable, pues son hidratos de carbono de fácil asimilación, por lo que, si nuestra actividad física es más bien normalita, podemos tomarla sin problemas una vez a la semana, preferiblemente al mediodía o de lo contrario, ¡toma la pasta…y corre!