Si en época de guerra cualquier agujero es trinchera, en época de crisis cualquier yogur es comestible. O eso podríamos pensar con la nueva iniciativa del ministerio denominada “Más alimento, menos desperdicio”, que anda detrás de que los fabricantes eliminen las fechas de caducidad de los 28 días de rigor y se sustituyan por una fecha de consumo preferente, que deja en manos del usuario la decisión final de una indigestión.
No es de extrañar que al usuario de a pie se le haya quedado cara de acelga. ¿Qué será de esos padres que se alimentaban a base de los yogures caducados de los niños? ¿Quedarán relegados a las últimas cucharadas de los potitos? ¿Su supervivencia dependerá de la ternilla de los filetes? ¿Qué será de ese temerario que se comía el yogur en la fecha límite? ¿Qué otra emoción fuerte encontrará en su vida?
Todo esto viene impulsado porque nuestro país es el sexto de Europa que más comida desperdicia, y hay que reducir estas cifras a la mitad. En realidad la fecha de caducidad era para asegurarnos la calidad del producto en óptimas condiciones, a partir de ahí, el yogur se vuelve más ácido y el sabor es peor pero sigue siendo comestible…¿No?
¿Cómo nos quitamos de encima este sentimiento de indeterminación? Es normal que el consumidor esté perdido, son muchos años de tirar yogures caducados: ¿Se cambiará la expresión de nos la han dado con queso por nos la han dado con yogur? ¿Acumularan las madres yogures para meses venideros, simplemente porque estaban en oferta?
Más emocionante incluso que el caso del yogur, es preguntarse por cuál será la próxima sorpresa alimenticia. ¿Resultará que las latas de conserva son milenarias? ¿Que el queso es tan longevo que puede pasar de generación en generación? Mientras tanto, a día de hoy, solo podemos conformarnos con no saber cuándo caduca el yogur.
Y ya sabes, la próxima vez que vayas a tirarlo ten siempre en mente: no lo abandones, él nunca lo haría.
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